24 dic 2013

HOMILÍA DEL 24 DE DICIEMBRE DE 2013

24 DE DICIEMBRE DE 2013
MISA VESPERTINA DE LA VIGILIA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
Padre Carlos Alberto Merlo Masino
Isaías en los textos que nos ha dejado acerca de la venida del salvador prometido y esperado por generaciones, uno de los cuales hemos proclamado como primera lectura, usa imágenes muy plásticas, nos habla de una luz radiante que irradia, de una antorcha encendida... Trata a Jerusalen con carácterísticas propias de una mujer que ha sufrido pero ahora se le devuelve su dignidad; todas éstos recursos para profetizar acerca de la justicia, la salvación que tendrán cumplimiento en el tiempo mesiánico... y que cuncluirá en algo así como una fiesta de boda.

Si nos detenemos en esas dos palabras JUSTICIA y SALVACIÓN, ya tenemos mucho para meditar. La palabra justicia biblicamente implica vocablos que se refieren tanto a la norma recta como a la acción ordenada y justa; lo cual concuerda con el derecho romano que es el que subyace detrás del ordenamiento jurídico actual, es dar a cada uno su derecho y éste consiste al fin y al cabo a cada uno lo suyo.
Mientras que la salvación, tal como la Iglesia la entiende, consiste no solo en la liberación de algo, del pecado, sino por algo. La acción de Dios es una liberación positiva que eleva los seres humanos a un estado sobrenatural, a la vida eterna, en un plano espiritual superior a la vida terrenal, para unirse en un sólo cuerpo místico con Cristo, una de las tres Personas de la Trinidad, y acceder a la dignidad de hijos de Dios, para verle "tal como es" (1 Juan 3:2), en comunión de vida y amor con la Trinidad y todos los santos (Catecismo de la Iglesia Católica, 1023-1025, 1243, 1265-1270, 2009).
Eso es lo que viene a traer el Niñito Dios justicia y salvación; o sea orden, reparación, y a la vez superación, elevación a una condición jamás soñada ni imaginada. ¡Ésta es la luz que viene de lo alto! Y ello queda de manifiesto en el trozo del Evangelio que acabamos de proclamar, si repasamos nombre por nombre de los que aparecen entre los ancestros de Jesús veremos que no todos eran santitos, había de todo un poco, quizá como en muchas de nuestras familias.
Pero al fin y al cabo, esa era su familia, ese era su pueblo en el cual se hace carne, o sea uno de ellos, para justificarlos, o sea hacerlos justos, reparando todos sus errores cargándolos sobre sus hombros; para introducirlos en la intimidad de Dios, familia de Dios.
A eso viene a nuestro encuentro. No a condenarnos por nuestro pasado sino a devolvernos la confianza y pagar nuestras deudas, a devolver el orden a nuestras vidas y la de nuestras familias. Para que así empecemos a vivir una vida nueva. Hagamos nosotros lo mismo en nuestra propia vida y en la de nuestras familias, dejemos de lado el pasado, dejemos de revolver la basura vieja y comencemos a vivir con frescura una vida nueva, la vida de los hijos de Dios...
Y a todo eso lo hace a traves de mediaciones humanas como lo son María y José, aún superando las leyes biológicas, como lo es la paternidad de José el cual es para Jesús un padre espiritual que le transmite la gran tradición del pueblo, y hace de Jesús un hijo espiritual del pueblo de Israel.
En ese mundo de hombres la mujer adquiere un gran protagonismo. Movida por el Espíritu de Dios se convierte en fuente santa, en Madre. Lo que Dios hizo con otras mujeres del pueblo de Dios, lo hace ahora con María, de la forma más sublime. Ella es la nueva Tamar, Rahaj, Betsabé y Rut. Acogida por pura gracia. Fuente del Hijo de Dios por pura gracia.
Cuando Dios quiere hacer su voluntad, nada ni nadie se opone a su querer. Por eso, hay que confiar ciegamente en nuestro Dios. Porque él guía nuestros pasos, si somos dóciles a lo que su Espíritu nos inspira y siempre, pero siempre, para sacar el peso de nuestros hombros, elevarnos y conducirnos a una comunión cada vez mas profunda con Él y entre nosotros.

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