26 mar 2016

SOLEMNE VIGILIA PASCUAL 2016

Homilía por el Presbítero: Carlos Alberto Merlo.

Parroquia Asunción de la Virgen María de Coronel Du Graty.
26-03-2016
“Cristo,
una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más” (Rm 6, 3-11)
Acabamos de escuchar
una extensa secuencia de lecturas del AT ante las cuales cada uno puede o no
abrir el corazón. En este año jubilar de la misericordia el Papa Francisco nos
brinda la clave precisa para escucharlas y pasarlas por el corazón:


“Eterna es su misericordia”: es el
estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia
de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes
del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia
hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación. Repetir
continuamente “Eterna es su misericordia”, como lo hace el Salmo, parece un
intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo
en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la
historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada
misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido
integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas
litúrgicas más importantes. MV7
Si hemos escuchado con
atención habremos descubierto que el Santo Padre Francisco nos brinda en éste
punto una hermosa reflexión que podemos aplicarla al cirio pascual.
Cuando aquellas mujeres
que lo amaban fueron a su sepulcro, supieron por los ángeles que había ya
resucitado durante la noche. El Mesías, prenda de nuestra resurrección, ¡Ha
Resucitado!
Esta será para nosotros
una ley eterna hasta el fin del mundo. Por tanto, es paso de Cristo de este
mundo al Padre; de la muerte a la vida; de la derrota y el fracaso a la
victoria definitiva. Es el paso del cristiano de la muerte del pecado a la vida
de Dios; de las tinieblas a la luz; de la esclavitud a la libertad; de la
condición de siervo a la del Hijo. Por esto llamamos a Cristo, «nuestra Pascua»: «Cristo, nuestra Pascua, se inmoló” (1Co 5,7). Él fue para nosotros
el paso único y el puente definitivo para pasar nosotros al Padre. A partir de
entonces podemos decir que los cristianos estamos condenados a triunfar.
¡Ha Resucitado! Es lo
que celebramos esta noche. Y la liturgia se vuelca en ello con toda la
exuberancia de signos: fuego, luz, agua, Palabras, cantos, flores. Todo es
vida. Todo proclama la resurrección de Jesús. Toda esta noche es un grito de
fiesta. Todo se puede resumir en una palabra significativa, que se canta con
toda el alma: ¡ALELUYA! Del hebreo Hallelú-Yah, significa: alaben, con
sentido de júbilo, y Yah, que es
abreviación de Yahvé (el Señor). Significa: ¡Alaben
al Señor!
La Iglesia en su culto la ha usado desde el principio Ap. 19,4.
La palabra «vigilia»,
aquí tiene un sentido propio: «una noche en vela». La Vigilia Pascual supone
que pasamos en vela la noche en que el Señor resucitó: es la madre de todas las
vigilias. Es la Solemnidad de las Solemnidades, la noche primordial de todo el
año. Más importante que la Navidad, que también tiene su celebración nocturna.
La Pascua de
Resurrección es la primera de todas las solemnidades cristianas, y la raíz y el
fundamento de todas ellas. Estamos en la cumbre de la Historia de la Salvación
y en el centro y corazón de toda la liturgia cristiana. Cristo ha resucitado,
según las Escrituras (1 Co 15,4). Este es el núcleo central de la predicación
apostólica, del kerigma primitivo (Hch 2, 24-32; 3, 5; 4, 10, 33, 34; Lc
24,46). Y el fundamento de la fe cristiana (1 Co 15,1 7). La Resurrección de
Jesús, tal como Pedro la proclama ante los primeros gentiles convertidos (Hch
10,36-43), es el «acontecimiento-síntesis»,
que abarca e ilumina la totalidad del Misterio de Cristo. La resurrección de
Cristo inaugura el tiempo de la «nueva creación» en el mundo (Rm 1,4; 2 Co
13,4; Flp 2,9-10), y en nosotros (Rm 6,4; Co 5,1 7; 1 P 1,3-4).
Pascua es la fiesta de
la alegría, del triunfo, de la vida: en contraste con las tristezas de los días
pasados en que hemos revivido la tragedia del Calvario y el escándalo de la Cruz,
hoy nos llena de alegría esta celebración que es como una primavera cristiana
en la que nacemos a una nueva existencia, a una nueva vida (Rm 6,4). Sin
embargo amargamente constato desde lo profundo de mi corazón que en ésta
comunidad aun hay posturas de vida contrarias al Evangelio, cuales se trasuntan
en determinadas conductas frutos de las mezquindades personales, de la soberbia
de los que se creen que lo saben todo y que ellos son la regla de vida
poniéndose por encima de la misma Palabra de Dios y de lo que enseña hasta el
mismo Sumo Pontífice, el Papa Francisco.
Pascua es la fiesta de
la luz. Este cirio cuya luz nos ilumina, es el símbolo de Cristo, luz de los
hombres y del mundo (Jn 1,4.9; 8,12). Ese lucero encendido en la noche de
Pascua «no volverá a conocer ocaso»
(Pregón pascual). Pascua es la fiesta de la libertad: la humanidad estaba
encadenada a los pies del peor de los amos, era esclava del pecado (Rm
6,17-18), pero ahora por la Resurrección de Cristo, «libres del pecado y siervos de Dios, tienen por fruto la santificación
y por fin, la vida eterna»
(Rm 6,22).
El día del Señor: «La Iglesia, desde la tradición apostólica
que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el
misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón ‘día del
Señor’ o domingo»
(SC 106). Aquí es donde toda la comunidad de los fieles
encuentra al Señor resucitado que los invita a su banquete (Cfr. Jn 21,12; Lc
24,30):
El día del Señor, el día de la
resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día. Por eso es llamado día
del Señor: porque es en este día cuando el Señor subió victorioso junto al
Padre
(Cfr. S. JERÓNIMO, pasch).
El domingo es el día
por excelencia de la asamblea litúrgica, en que los fieles “deben reunirse para, escuchando la Palabra de Dios y participando en
la eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús
y dar gracias a Dios, que los ‘hizo renacer a la esperanza viva por la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos”
(SC 106).
Quiero finalizar
tomando las palabras del oficio siriaco que se remonta a los primeros siglos de
la Iglesia:


Cuando meditamos, oh Cristo, las
maravillas que fueron realizadas en este día del domingo de tu santa
resurrección, decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo
comienzo la Creación… la salvación del mundo… la renovación del género humano…
en él el Cielo y la Tierra se regocijaron y el universo entero quedó lleno de
Luz. Bendito es el día del domingo, porque en él fueron abiertas las puertas
del paraíso para que Adán y todos los desterrados entraran en él sin temor”
(Fangith, Oficio Siriaco de Antioquía, Vol. 6, 1º. parte del verano, p. 193,
2).