MENSAJE PASTORAL CON OCASIÓN DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR 2011
«La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14).
Queridos hermanos y hermanas:
El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y de María invita al hombre a ser “ciudadano del cielo” (Flp 3, 20), peregrino del Reino; pero ‘no podemos ser peregrinos del cielo, si vivimos como fugitivos de la ciudad terrena’(1). Sí, en la Navidad, el Redentor del hombre, se hace ‘ciudadano de la tierra’ para que el hombre peregrino, tome, un día, posesión de la casa permanente que tiene en el cielo (cfr. 2 Cor 5, 1; Heb 11, 16). En este sentido, Santo Tomás de Aquino, siguiendo a los Padres de la Iglesia, afirmaba: ‘El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres’(2).
Esta vez, a la luz del misterio de Belén, quiero reflexionar sobre la ‘dimensión social del Evangelio’. Según la clásica expresión del principio de la Encarnación: «Lo que no se asume, no se redime»(3); por eso, en la Encarnación, Dios asume ‘todo lo humano’ para redimirlo en Cristo. Lejos de ser una apariencia ficticia o enmascarada de lo humano, la Encarnación es la entrada de Dios en la historia humana que viene precisamente «en carne humana»: “Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres, y presentándose con aspecto humano” (Flp 2, 6-7).
Todo lo humano tiene que ver con nosotros. El Concilio Vaticano II introdujo numerosas novedades en la vida de la Iglesia y en su relación de ésta con el mundo contemporáneo. El Papa Pablo VI, poco después de la culminación del Concilio, escribió su primera Encíclica. Hablando de la contribución que brinda la Iglesia al mundo nos dice el Pontífice que ‘nadie es extraño a su corazón. Nadie es indiferente a su ministerio… La Iglesia se da cuenta de la asombrosa novedad del tiempo moderno, y con cándida confianza se asoma a los caminos de la historia y dice a los hombres: yo tengo lo que ustedes buscan, lo que a ustedes les hace falta… La Iglesia tiene un mensaje para cada categoría de personas: lo tiene para los niños, lo tiene para la juventud, para los hombres científicos e intelectuales, lo tiene para el mundo del trabajo y para las clases sociales, lo tiene para los artistas, para los políticos y gobernantes: lo tiene especialmente para los pobres, para los desheredados, para los que sufren, incluso para los que mueren: para todos… Todo lo que es humano tiene que ver con nosotros’(4).
Unión íntima de la Iglesia con la familia humana. ‘El gozo y la esperanza, la angustia y la tristeza de los hombres de nuestros días, sobre todo de los pobres y toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y nada hay de verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón’(5). Cristo mismo nos enseña en el Evangelio y en el resto del Nuevo Testamento a ser «solidarios con el género humano»; más aún, el Antiguo Testamento tiene innumerables citas bíblicas que muestran el impacto de la vida religiosa en lo civil y social; baste recordar aquí el Pentateuco o Libro de la Ley, a los Profetas, y más todavía, el Decálogo bíblico en donde se destinan los últimos siete mandamientos a la relación con el prójimo.
Jesucristo, Luz del mundo. El Evangelio de san Juan es el que presenta a Jesucristo como Luz del mundo, no sólo de Israel, no sólo de las realidades puramente religiosas: Él es Lumen Gentium. Ya en el prólogo del cuarto Evangelio se dice que ‘la Palabra –Jesucristo- era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre’ (Jn 1, 9). Esta es ‘la Palabra que se hizo «carne» y habitó entre nosotros’ (Jn 1, 14). A aquellos que predican el «laicismo», es decir, que lo religioso debe quedar en el claustro de lo privado y que, por tanto, la Iglesia no debe ingerir en lo público, les decimos: Dios no salvó al mundo “desde arriba”, sino “desde abajo”; no desde “afuera”, sino desde “adentro”; no “a la distancia”, sino “en la cercanía”. Sí, verdaderamente la Palabra se hizo carne: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo Único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 16-17).
El mismo Jesús se llama a sí mismo Luz del mundo (cfr. Jn 8, 12; 9, 5; 12, 46), y nos llama a ser ‘hijos de la luz’ (cfr. Jn 12, 36; Ef 5, 8). El Apóstol nos exhorta a dejarnos iluminar por el Señor: ‘Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará’ (Ef 5, 8) (6).
La Iglesia: sal de la tierra y luz del mundo. Quizá en el Sermón de la montaña que abarca tres capítulos enteros en el Evangelio de San Mateo -(Mt 5—7)-, encontramos con más claridad las implicancias sociales que tiene el Evangelio. Aquí, el Señor trata temas como el homicidio, el adulterio, el divorcio, la ley del talión, el amor a los enemigos, Dios y las riquezas, la benevolencia para juzgar, etc. En el mismo Evangelio encontramos
temas como, por ejemplo, el peligro de las riquezas (Mt 19, 23-25), la actitud con los niños (Mt 19, 13-15), etc. Cristo nos exhorta a vivir los diez Mandamientos (Mt 19, 16-17), y muy especialmente aquellos que hacen referencia al prójimo: ‘No matar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio, honrar padre y madre y amar al prójimo’ (Mt 19, 19-19). También habla sobre el carácter servicial de la autoridad (Mt 20, 24-28) y el impuesto debido a la autoridad (Mt 22, 15-22). Más todavía: en el discurso sobre el Juicio final dejó en claro que seremos juzgados en el ejercicio de la caridad que hayamos tenido con los más necesitados (Mt 25, 31-46). Finalmente, antes de volver al Padre, envió a la Iglesia, representada entonces en los Apóstoles, a que ‘vayan y hagan que todos los pueblos sean sus discípulos’ (cfr. Mt 28, 19).
Pero es el capítulo 5 de san Mateo el que se convierte en decisivo, por decirlo así, al hablar del alcance social del Evangelio: ‘Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar?... Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo’ (Mt 5, 13-16). ¡Qué misión la de la Iglesia! Igual que su Fundador y Maestro, tiene que ser «luz del mundo».
Belén: Cuna del Buen Samaritano. Cualquiera que lee el Evangelio de san Lucas, podrá darse cuenta enseguida que es «el evangelista de lo ‘social’ y de lo ‘universal’»: el Evangelio puesto en práctica tiene incidencias decisivas sobre las personas. Cabe mencionar aquí, por ejemplo, la conversión del político y publicano Zaqueo (Lc 19, 1-10), la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), el triste destino del que acumuló sólo riqueza -parábola del rico insensato- (Lc 12, 16-21), el elogio a los pobres –no a la pobreza- (Lc 5, 20), la confianza en la providencia (Lc 12, 22-32), la ofrenda de la viuda (Lc 21, 1-4), la multiplicación de los panes (Lc 9, 10-17), etc.
Sin embargo, la parábola «paradigma» del cristiano es, de algún modo, la del ‘Buen Samaritano’ (Lc 10, 29-37). Cristo es el Buen Samaritano. Sí, la cuna de Belén es el lugar del nacimiento del Rey samaritano. Ahí nace el Evangelio y la promoción del hombre que, en la Encarnación del Redentor, eleva la dignidad del hombre a una altura sin igual. En esta parábola se delinea la misión de la Iglesia y el alcance social del Evangelio para todos los tiempos.
Encarnación y Doctrina Social de la Iglesia. Nace así la doctrina social de la Iglesia que ‘no es una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana… La enseñanza y difusión de esta doctrina forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia’(7).
El Papa Benedicto XVI nos recuerda que ‘la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en las políticas de los Estados. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación’(8).
El Cántico de la Madre del Salvador. En el magníficat –canto de María ante Isabel por las maravillas de la salvación- la Virgen traza, de algún modo, los pasos de su Hijo y de todo el Evangelio. Ella canta la grandeza del Señor que “derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes, que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías” (cfr. Lc 1, 46-55).
Que ella, Madre de la Caridad cristiana que es Cristo, nos enseñe desde el reposo de la Natividad el camino de la Iglesia para que como cristianos iluminemos con el Evangelio y con su doctrina social todos los ámbitos donde vive el hombre de manera que alcance su madurez en Cristo (cfr. Col 1, 28; Ef 4, 13), el Nuevo Adán.
Con estos deseos, les hago llegar mi salutación navideña y les imparto de corazón la bendición: En el Nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.
Desde la sede de esta Parroquia “San Antonio de Padua” de Santa Sylvina, Chaco, a los 10 días del mes de diciembre del año del Señor 2011.
Pbro. Gustavo Yatuzis
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