Los curitas huían como podían de esa zona de vegetación salvaje, puro verde y agua que tronaban en cada cascada torrentosa. Un grupo de aborígenes había atacado la reducción donde ellos estaban y ahora escapaban abriéndose paso en la selva a machetazos, con aves que chillaban histéricas y animales de suelo a los que no veían pero podían presentir observándolos con actitudes peligrosas. Luego se largaron río abajo, remando como en la vida, bamboleándose en las pequeñas embarcaciones pero sin dejar de aferrar el tesoro que con ellos llevaban: una imagen de la Virgen tallada en madera, de 1,26 mts., a la que abrazaban con amor y con miedo. Aunque nunca pudo saberse con certeza, es evidente que fue tallada por algún indígena cristianizado, ya que las facciones - carita redondeada y morena - son típicas de las mujeres guaraníes y poco similares a las de vírgenes europeas. Esto también demuestra que cada uno imagina a María con rostro familiar, querido y cercano. Y está muy bien que así sea. Pero volvamos a los curitas.
Las cosas no eran fáciles para los franciscanos que, como otras órdenes religiosas, habían llegado a evangelizar la zona del Alto Paraná por el año 1528. Mucho después, tal vez en 1610, era cuando estos curitas que habían huido del ataque de indios hostiles lograban ser invadidos por la adrenalina, sudorosos, cansados, lastimados, con las sotanas hecha girones pero con la Virgen Inmaculada intacta a otra Reducción, a cargo de Fray Luis Gámez. Una de las primeras cosas que hicieron fue levantarle un Oratorio a Nuestra Señora e instalar en él la imagen de madera que tanto habían cuidado. La desazón fue enorme cuando un nuevo ataque de otros indígenas destruyó el lugar y se llevaron, para colmo, la imagen de la Inmaculada.
Sin embargo, poco después, unos indiecitos amistosos que pescaban en el Paraná vieron la estatuilla sobre la punta de una piedra pegada al río. Contaron que una luz brillante la rodeaba y que ellos - todos - oyeron embelesados una música que caricia para sus oídos. Al enterarse Fray Gámez, ordenó de inmediato que se la llevara a la Reducción a su cargo, en la región de Santa Ana. Así se hizo pero, sin que nadie pudiera explicarlo, al poco tiempo la imagen volvió a desaparecer. La buscaron empeñosamente y la encontraron al fin, en el mismo lugar, la misma punta de piedra donde había sido vista por los indiecitos. Vuelta con ella, entonces, a Santa Ana. Pero parece que las cosas no serían tan fáciles: no pasó mucho para que nuevamente no hallaran la imagen de la Inmaculada en el lugar especial que habían armado para ella. Ahora fueron derechito al río, y no se equivocaban: en la punta de la misma piedra estaba la Madre, plena de luz.
Ya no había duda alguna: era su decisión quedarse allí y así lo entendió Fray Gámez, que lo último que quería era polemizar con la Virgen, así que dispuso que toda la Reducción se mudara al lugar elegido por Nuestra Señora como sitio de su veneración. Todos, entonces, se trasladaron allí y otro monje, Fray Luis de Bolaños, primer párroco del lugar (año 1615) bautizó el nuevo asentamiento como Pueblo de los Indios de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí. La Pura y Limpia Concepción era, en la época, un nombre común para la Inmaculada. El agregado "Itatí" - que quedó para siempre - es una forma de acercar más aún a los indígenas al cristianismo usando su propio lenguaje: "Itatí" significa en guaraní "punta de piedra". Todos sabían ahora que aquella imagen era la de la luz y de la extraña música, la hallada por unos indiecitos como ellos en la punta de esa piedra, la que eligió quedarse entre los que allí vivían, como una más.
Es una de las imágenes más antiguas de la Argentina y también una de las más amadas. La tradición y el relato documentado que nos llega desde su entronización habla de muchos milagros y una gran protección a su pueblo. En 1624 moraba una Capilla en lo que todos conocía como Itatí. El párroco del lugar, Fray Luis de Gamarra, no solo no ocultó los milagros sino que los hizo difundir generosamente. Era un hombre inteligente y comprendía lo que algunos curas remilgados y con poco seso no terminan de entender: lo sobrenatural es parte de la fe de manera indiscutible y lo milagroso hay que celebrarlo y contarlo para que muchos se acerquen para descubrir que además del prodigio hay una religión bella a la que es un honor sumarse. Fue el Padre Gamarra quien hizo pública la primera transfiguración de la Virgen de Itatí. En documentos de la época dejó asentado que ocurrió en Semana Santa de 1624, que duró varios días y (textual): "... se produjo un extraordinario cambio en su rostro y estaba tan linda y hermosa que jamás tal la había visto".
Luego se sucedieron a través de los siglos varias transfiguraciones que fueron presenciadas en el momento mismo en que ocurrían por muchos testigos, tanto españoles de la colonia como indígenas. También se oyó en innumerable cantidad de ocasiones aquella música extraña y melodiosa que todos los que la escuchaban insistían en calificarla de celestial.
Y los milagros. Son contados por decenas los ocurridos en el Siglo XVII e incontables ya los que se fueron sucediendo. Desde los personales, como curaciones de ceguera, hasta los colectivos como aquel ocurrido en 1748 cuando una horda de indígenas avanzaba aullando, lanza y cuchillo en mano, para acabar con la población. De pronto, en las puertas mismas del poblado, se abrió frente al malón enfurecido una zanja ancha y profunda que los hizo detenerse en seco. El hueco en la tierra apareció de golpe, como obedeciendo a una orden. Y tal vez fue así. Lo cierto es que el asombro dominó a pobladores y salvajes; éstos últimos se vieron obligados a retirarse, pero no en perfecto orden, ya que el susto no tiene raza. Y las casas de Itatí quedaron vacías porque todos sus habitantes acudieron masivamente a la Capilla de la Virgen, para agradecerle aquel milagro que los salvó.
Ya más cerca en el tiempo, a fines del Siglo XIX, primaba entre los cientificistas intelectuales de entonces - tan aburridos y necios como los de ahora - el concepto de lo racional ante todo y sobre todo. Buen ejercicio fue, entonces, atacar al catolicismo en los lugares donde más dolía. Por supuesto, la Virgen es siempre uno de esos puntos sensibles, y la de Itatí, debido a la gran convocatoria que ya tenía en esa época, fue su blanco preferido. Abominaron de ella y de sus devotos, con su habitual simpatía y sentido popular, que eran "mentes obtusas de analfabetos". No ha cambiado mucho esta gente con el paso del tiempo. Siguen escribiendo y hablando con tonos despectivos y como si supieran, mirando hacia abajo al populacho, a todos nosotros que insistimos con esa cosa de la fe, mientras ellos juzgan desde arriba.
La cosa es que, en esa ocasión - y como suele ocurrir - la gente, la grata y amada gente a secas, se levantó a defender a la Virgen. No solo Itatí sino toda la Provincia de Corrientes, cada pueblo, cada habitante, cada autoridad civil o eclesiástica, se pusieron de pie por y para Ella.
El resultado no se hizo esperar. Poco después y por la directa voluntad del Papa León XIII, la Virgen de Itatí fue coronada oficialmente. La Reina del Paraná y Reina del Amor, como se la ha llamado, tiene desde el 16 de julio de 1900 su corona bendecida por el Santo Padre León XIII, un reconocido devoto mariano.
El Santuario de la Virgen de Itatí, Patrona de Corrientes, es uno de los más imponentes de toda América, más de dos millones de personas por año visitan la Basílica gigantesca para pedir o agradecer a Nuestra Señora.
En febrero de 1997 una caravana flotante que llevaba la imagen de Itatí salió de Corrientes custodiada por pequeñas naves que surcaron el Paraná y luego el Río de la Plata para llegar -38 días más tarde porque fueron parando en cada pueblo costero - en Puerto Madero, en Buenos Aires. Más de 1200 kilómetros a lo largo de los cuales miles de personas se emocionaban de solo verla.
(Relato extraído del Libro "La Virgen, Milagros y Secretos" de Víctor Sueiro - Editorial Atlántida)
Fuente: Mallinista.com
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